jueves, 1 de octubre de 2009
Lorenzo de Médicis sólo tenía veinte años cuando en 1469 tomó las riendas del gobierno de Florencia. A pesar de tratarse de un neófito, pronto demostró que estaba dispuesto a ejercer el poder más firmemente que su padre y su abuelo, iniciadores de aquel régimen absoluto, vitalicio y hereditario, verdadera monarquía disfrazada de república, que era la señoría florentina.
Para empezar, se aseguró un Consejo de los Cien absolutamente adicto, con lo que las funciones esenciales de poder legislativo quedaron en sus manos.
Convertido en amo indiscutible de la ciudad, Lorenzo se rodeó de sus parientes y partidarios, se comportó como un príncipe y apartó al resto de familias de los puestos clave del gobierno.
Haciendo enemigos
Esta actitud deterioró rápidamente la relación del Magnífico con el importante clan oligárquico de los Pazzi, eternos rivales de los Médicis. Durante años, los antecesores de Lorenzo habían tratado de aliarse con ellos en lugar de suprimirlos. Ahora, como consecuencia de las tendenciosas reformas emprendidas por el nuevo dueño de florencia, los Pazzi quedaron absolutamente marginados y su irritación fue en aumento.
Su primera venganza consistió en prestar al papa Sixto IV el dinero necesario para comprar la ciudad de Imola, que Lorenzo deseaba para sí.
Entre las dos familias se declaró una lucha abierta, y la tensión llegó a tal punto que, en connivencia con el arzobispo de Pisa, los Pazzi planearon el asesinato de Lorenzo.
El día elegido para dar el golpe fue el domingo 26 de abril de 1478. El lugar la catedral de Santa María del Fiore, donde los miembros más destacados de la familia Médicis solían asistir a misa. Era segura la presencia de Lorenzo y la de su hermano menor, Giuliano, un joven amable y querido por todos que hasta entonces había evitado las intrigas políticas.
Los conjurados, que contaban con la colaboración de algunos frailes, esperaron a que el templo estuviera lleno. Cuando el oficiante levantaba la hostia y los fieles inclinaban respetuosamente sus cabezas, varios hombres armados se lanzaron sobre los hermanos.
Giuliano fue acribillado a puñaladas por Francisco de Pazzi y murió casi en el acto en las losas del coro; Lorenzo, aunque herido por dos frailes, consiguió protegerse de las estocadas arrollándose la capa en el antebrazo, retrocedió en medio del alboroto y se dirigió hacia la sacristía, cuyas pesadas puertas de bronce, ofrenda de su abuelo Cosme, se cerraron tras é poniéndole a salvo.
Una vez restablecido el orden en la catedral, un grupo de amigos le escoltó hasta su residencia. Cuando esa misma tarde se presentó ante el pueblo, fue aclamado por una multitud enfervorizada.
La terrible venganza
Los partidarios de los Médicis no tardaron en vengar la muerte de Giuliano. Jacobo de Pazzi y el arzobispo de Pisa trataron sin éxito de encabezar una revuelta antimedicea, pero fueron inmediatamente ajusticiados, el segundo fue ahorcado, con todos sus ropajes litúrgicos, en un balcón del Palazzo Vecchio.
Rafael Riario, sobrino del papa y sospechoso de colaborar en el atentado, fue encerrado en prisión. Las represalias alcanzaron a otros muchos miembros de los Pazzi, condenados a muerte o encarcelados durante la feroz represión que siguió a estos cruentos episodios.
Lejos de desacreditar a los Médicis, la conjura estrechó los vínculos entre la familia y el pueblo de Florencia. El Mágnífico puso en juego todo su talento político y logró que su dominio quedara reafirmado no sólo en la ciudad, sino también en el exterior.
Fuente: Historia y Vida
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