domingo, 16 de mayo de 2010
Cuenta la leyenda que hace muchísimos años desembarcó en la costa de Tenerife, concretamente en la indómita playa de San Marcos, en Icod de los Vinos, un mercader ansioso por adquirir “Sangre de Drago”, muy preciada en la época.
Pero he aquí que al llegar a dicha playa, se fijó en unas jóvenes muchachas que se divertían bañándose en aquella cálida tarde de verano. El mercader, de carácter avaricioso, se propuso poseer a alguna de aquellas bellas guanches y se lanzó a perseguirlas. Logró dar alcance a una y pensó en lo fácil que le había resultado. Pero no reparó ni por un momento en
la inteligente mirada de la doncella a quien tenía cautiva.Pero he aquí que al llegar a dicha playa, se fijó en unas jóvenes muchachas que se divertían bañándose en aquella cálida tarde de verano. El mercader, de carácter avaricioso, se propuso poseer a alguna de aquellas bellas guanches y se lanzó a perseguirlas. Logró dar alcance a una y pensó en lo fácil que le había resultado. Pero no reparó ni por un momento en
Entonces ella le ofreció, como muestra de amistad y de admiración , hermosos frutos propios de la isla, frutos que parecían haber nacido en el Jardín de las Hespérides. Tan complacido se sintió el confiado hombre, que se sentó a comer cuanto ante él estaba dispuesto y no prestó la atención debida a la astuta muchacha, que aprovechó para saltar al otro lado de un barranco cercano con la agilidad propia de una gacela.
Se escondió entonces entre los árboles mientras el confuso mercader intentaba adivinar su silueta entre el denso bosque. De pronto apareció ante él un árbol extraño y aterrador que, blandiendo sus ramas como espadas y cuyo tronco serpenteaba amenazadoramente, protegía tras su asombrosa presencia a la indefensa muchacha.
Dicen que entonces el mercader, preso del terror, lanzó un arma afilada que llevaba en la mano, la cual fue a clavarse en el tronco de aquel árbol. Y cuentan que empezó a gotear de la herida producida un líquido rojo y denso que parecía sangre. Ante tal visión el hombre, aturdido, huyó como alma que lleva el diablo y, una vez pudo alcanzar su embarcación, se perdió mar adentro.
Existe otra variante de la leyenda, que tiene sus fuentes en los mitos griegos de antaño que situaban según algunas historias en canarias al jardín de las Hespérides, que en dicho lugar habitaba un gran dragón gigante de 100 cabezas, que los dioses habían ordenado que protegiera a las 7 Hespérides y velara por el jardín. El comerciante, al acorralar a la muchacha y verla tras el árbol, éste último tomó su forma real de dragón guardián, inluyendo un terror incapaz de controlar por el hombre que identificó a la muchacha enseguida con una de las hespérides, por lo que salió despavorido mar a dentro y no volvió jamás. De esta antiquísima historia desencadena el nombre de "drago", que surge a partín de la raíz del latín "draco" que significa dragón, por la similitud del árbol con el gran reptil legendario de 100 testas.
Además, ya en Grecia y, posteriormente, en el imperio Romano, al Drago se le consideraba un árbol sagrado e intocable, dado que su "sangre roja" o savia posee grandes poderes medicinales, y era utilizada para un gran número de sanamientos.
Aparte del gran Drago milenario de Icod de los vinos, existe otro Drago que sobrepasa los mil años de vida en el municipio de Santa Brígida en Gran Canaria, otro mítico en Realejos y, en la isla de la Palma, en Garajías, se encuentra la mayor concentración de Dragos, donde se sitúan también los "Dragos Gemelos" de la Palma.
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