jueves, 19 de julio de 2012

El misterio de las Gárgolas


Buena parte de los templos cristianos medievales —y especialmente los de estilo gótico— cuentan entre su decoración con estatuas de gárgolas, esas singulares criaturas pétreas de aspecto amenazador que parecen vigilar a quienes acuden a iglesias y catedrales.

Pero, ¿cuál es realmente la finalidad de su presencia en los templos? ¿Se trata de una mera decoración para llamar la atención del visitante, o quizá tienen una función práctica o un significado simbólico?

Cuenta una antigua leyenda francesa que, en tiempos de san Román —allá por la primera mitad del siglo VII—, una temible bestia alada tenía atemorizada a las gentes de los alrededores de Rouen, donde el santo ejercía como arzobispo.

El sanguinario dragón —pues de eso se trataba—, mataba a los campesinos, y a su ganado, destrozaba barcas y quemaba las casas cercanas al río, causando una gran consternación a los habitantes de esa región de la orilla izquierda del Sena.

Según la tradición piadosa, ni los soldados más audaces ni los más valerosos caballeros del rey consiguieron acabar con el monstruo, así que san Román se decidió a enfrentarse a la bestia.

Con la única ayuda de un condenado a muerte, el santo encontró la guarida del dragón, bautizada por los lugareños como 'gargouille', y logró derrotarla haciendo la señal de la cruz y atándola con su estola.

Los héroes regresaron a la ciudad con el dragón y acabaron con él quemándolo en una hoguera. Sin embargo la leyenda asegura que el cuello y la cabeza del monstruo permanecieron intactos, por lo que se decidió colocar estas partes de la 'gargouille' en lo alto de la catedral de la ciudad, y así mostrar al mundo el poder de Dios.

No sabemos si esta piadosa historia francesa se originó como un intento de dar explicación a la presencia de las gárgolas, pero de lo que no hay duda es que estas llamativas esculturas que coronan iglesias y catedrales de gran parte de Europa gozaron de un gran éxito durante la Edad Media, y de forma especial mientras el estilo gótico se extendía por buena parte del Occidente cristiano.

Si bien no parece haber dudas sobre la funcionalidad más evidente de las gárgolas —servir como desagüe del agua de lluvia que de otro modo se acumularía en los tejados de los templos—, más delicada es la cuestión sobre su posible significado simbólico.

A este respecto, son dos las hipótesis que mayor éxito tienen entre los estudiosos de la iconografía medieval.

Una posibilidad es que se trate de representaciones de demonios que intentan huir del poder de Dios; en ese sentido, las gárgolas podían transmitir el mensaje de que el mal no podía penetrar al interior de la casa de Dios.

La otra opción es que se trate de figuras con una función apotropaica: es decir, que estén representando a guardianes que tienen la misión de proteger al templo de los malintencionados y de causar el temor entre los pecadores.

Esta última propuesta parece bastante probable teniendo en cuenta que, desde la Antigüedad, una variada selección de criaturas monstruosas —ya fueran leones, esfinges, harpías…—, han sido esculpidas en la entrada o los alrededores de tumbas o templos, con la única finalidad de advertir a los que llegaban hasta allí con malas intenciones que el lugar estaba bien custodiado y un terrible castigo esperaba a quien osara profanarlo.

En la época en la que buena parte de estas estatuas fueron esculpidas no faltaron quienes veían en ellas una muestra de idolatría. Es lo que ocurrió, por ejemplo, con San Bernardo de Claraval, quien plasmó por escrito su desacuerdo con estas llamativas imágenes.

De un modo u otro, parece claro que su aspecto grotesco y monstruoso buscaba amedrentar al eventual espectador. Y no hay duda de que los maestros canteros y escultores medievales lograron con creces su objetivo, y no sólo entre sus contemporáneos.

Basta pasear por el exterior de cualquier catedral para comprobar la fascinación que, aún hoy, siguen despertando esas criaturas pétreas que, desde lo alto, parecen vigilarnos con unos ojos que han contemplado el paso de los siglos.

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