domingo, 25 de octubre de 2009
Desde su expulsión de la URSS en 1929, Lev Davodovich Trotski había vivido en Francia y Noruega, antes de establecerse finalmente en México en 1937.
El creador del Ejército Rojo continuaba desde el exilio denunciando el régimen de Stalin, al que acusaba de haber traicionado los principios revolucionarios, y organizando una oposición mundial contra el dictador soviético.
Su casa de Coyoacán, en las afueras de ciudad de México, era una especie de fortaleza bien protegida desde la que se impartían sin cesar consignas e instrucciones, una actividad que la policía secreta bolchevique, la temible NKVD, quería interrumpir a toda costa. Lavrenti Beria, mano derecha de Stalin, ya había organizado sin éxito antes de 1940 al menos una conspiración contra Trotski, sirviéndose de "camaradas españoles" curtidos en difíciles misiones durante la guerra civil.
Un plan de largo alcance.
La intentona difinitiva fue encomendada a un grupo encabezado por Caridad Mercader, amante de un importante oficial de la NKVD llamado Leonid que le estaba adiestrando en todas las habilidades necesarias para desenvolverse eficazmente como agente secreto al servicio de Moscú. Tanto ella como su hijo Ramón, que residían en París, habían pertenecido al Partido Socialista Unificado de Cataluña y participado en la contienda española.
A Ramón, un apuesto jóven de 26 años, no le fue difícil infiltrarse en los círculos trotskistas parisinos de la mano de una militante llamada Silvia Agelov, a la que había seducido. Madre e hijo viajaron luego a México con sus respectivas parejas.
En Francia, Ramón Mercader había asumido la identidad de Jacques Mornard, perteneciente a una impotante familia belga de diplomáticos. Antes de trasladarse al otro lado del Atlántico los rusos le proporcionaron un pasaporte falso a nombre de Frank Jacson, comerciante franco-canadiense. El simpático empresario fue presentado a Trotski por su novia y le visitó a menudo mientras se preparaba el atentado.
El plan diseñado por Ramón, Caridad y Leonid era sencillo: se trataba de asesinar al padre de la revolución permanente en su propio despacho con ayuda de un piolet de alpinista que Ramón llevaría oculto debajo de su impermeable; si el golpe era certero, los vigilantes lo dejarían salir sin molestarle y podría huir inmediatamente al extranjero, pero en caso de ser detenido debía aducir motivos personales y asegurar que Trotski se oponía a su relación con Silvia y malgastaba el dinero que el "jóven empresario" donaba a su organización; los servicios secretos de Stalin no podían ser delatados.
El 20 de agosto fue el dia elegido para ejecutar la acción. El asesino entró en la casa como hacía habitualmente y encontró a Trotski frente a su escritorio. El golpe fue mortal pero la víctima aún tuvo tiempo para gritar pidiendo auxilio.
Al cabo de un rato Caridad y Leonid, que esperaban en la las cercanía a Ramón, vieron salir de la casa dos automóviles; una ambulancia que transportaba el cuerpo de Trotski que moriría al día siguiente y un automóvil de policía que llevaba detenido al autor del asesinato.
Un héroe soviético
Ramón Mercader fue condenado a 20 años de prisión y ocultó su identidad hasta que en 1946 fue revelada por un excomunista español.
El 20 de agosto de 1960 salió de la cárcel en compañía de su esposa Raquelia Mendoza, a la que había conocido entre rejas.
También fue condecorado en Moscú, conde vivió varias años con una jubilación equivalente a la de un general de la KGB, y murió en 1978 en la Habana tras eercer varios años como consejero personal de Fidel Castro. En su tumba moscovita figura el nombre de Ramón Ivanovich Lopez sobre una inscripción que reza; "Héroe de la Unión Soviética".
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