lunes, 1 de febrero de 2010
Las cartillas de racionamiento
Los fascistas ocuparon Madrid el 28 de marzo de 1939 y hasta el 8 de abril no entraron en la capital trenes con alimentos. «Sólo los soldados tenían víveres y muchos ciudadanos se vieron obligados a cambiar monedas o joyas de oro por un chusco de pan negro, otros acudían a los cuarteles a pedir las sobras y muchas mujeres tuvieron que prostituirse por un poco de alimento.»
Poco después de la llegada de los primeros trenes de aprovisionamiento a Madrid, el Auxilio Social empezó a repartir raciones hasta que a mediados de abril el gobierno autorizó la venta libre de alimentos. Un mes después se impuso la cartilla de racionamiento y se creó la Comisaría General de Abastecimientos y Transportes (Comisaría de Abastos en el lenguaje popular) que se encargó de repartir los artículos.
Había dos tipos de cartillas: una para la carne y otra para lo demás. Cada persona tenía derecho a la semana a 125 gramos de carne, 1/4 litro de aceite, 250 gramos de pan negro, 100 gramos de arroz, 100 gramos de lentejas rancias con bichos la mayoría de las veces, un trozo de jabón y otros artículos de primera necesidad entre los que se incluía el tabaco. A los niños se les daba además harina y leche y a los que habían pertenecido al ejército franquista se les añadía 250 gramos de pan.
«Muchas personas, entre ellas mi abuela, borraban los sellos que ponían como señal de haber sido entregados los alimentos con miga de pan y mandaban a las niñas más pequeñas otra vez a la cola a por más comida.»
El racionamiento duró hasta 1953 y, unido a la imposición de precios bajos, provocó la aparición del mercado negro y una situación en la que sólo los que tenían riquezas e influencias podían vivir adecuadamente. No obstante, con el establecimiento del mercado libre de alimentos los precios eran tan altos «que una familia normal sólo podía proporcionarse los alimentos básicos (un kilo de jamón costaba 18 pesetas).»
«Las cartillas son de 1ª, 2ª o 3ª categoría. Los productos que se entregaban eran básicamente: garbanzos, boniatos, bacalao, aceite, azúcar y tocino; de cuando en cuando se encontraban maravillas como café, chocolate, membrillo o jabón. Rara vez se repartía carne, leche o huevos, que sólo se encontraban en el mercado negro. El pan, que era negro, porque el blanco era un artículo de lujo, quedó reducido a 150 ó 200 gramos por cartilla. Se tenía que contar con el permiso de las autoridades para hacer la matanza. Muchas veces en las casas se hacía el pan por la noche para evitar a los agentes de la Fiscalía, pero al día siguiente lo encontraban por el olor y decomisaban el pan. A veces la gente desenterraba los animales muertos y se los comía.
Las cartillas de racionamiento establecían una ración de 150 gramos de pan por persona, pero «los militares, guardias y curas...» tenían derecho a 350 gramos.
Los delegados de Abastos «eran los encargados de requisar los alimentos en todos los lugares, dejando a los habitantes [de los pueblos] un mínimo de alimentos para poder vivir, aunque pasaron mucha hambre.» En Pinilla de Jadraque los campesinos ocultaban el trigo para no morirse de hambre.
El nuevo Estado precintó todos los molinos en Tramacastilla de Albarracín, pero los paisanos durante la noche, con riesgo de la Guardia Civil, llevaban el trigo a moler a los molinos del monte, que eran de «tan difícil acceso que solamente podía llegarse a ellos mediante caminos de herradura», o a otros de tan insignificante caudal de agua que no habían sido precintados.
Algunos vecinos de Belvís de la Jara (Toledo) se iban a moler el trigo a la Nava o al Martinete porque la Guardia Civil los perseguía. Muchos molían por la noche el trigo que conseguía a cambio de aceite obtenido «echando agua hirviendo en un saco de aceitunas y estrujándolo a la vez.»
En las ciudades se racionaba todo tipo de alimentos, pero en los pueblos sólo el arroz, el aceite y el azúcar.
La escasez de alimentos y de artículos de primera necesidad provocó el contrabando, el estraperlo y la especulación; «los hermanos de mi abuelo eran contrabandistas de tabaco y de algunos alimentos en Bilbao»; así, «mientras había unos pocos que eran los que poseían el dinero, el resto debía someterse a su voluntad; de ahí el crecimiento que durante esta época y en años posteriores tuvo el caciquismo, sobre todo en las zonas rurales.»
«En esta época de tantas injusticias y calamidades la gente solía decir refranes como éste: Cuando Negrín, billetes de mil; con Franco, ni cerillas en los estancos.
«La guerra nos dejó empobrecidos y España quedó aislada por las demás naciones, a causa de lo cual llegó la hambruna. Poco había y lo poco sólo se podía adquirir en el mercado negro, que llamaban estraperlo. El aceite de oliva lo vendían los estraperlistas por cucharadas, el pan era de difícil digestión, a pesar de que todo se hacía comestible. La gente se iba al campo y buscaban cardillos, acederas y toda clase de hierbas comestibles que ayudasen a resistir el hambre.»
Cuando los soldados nacionales, terminada la guerra, llegaban a la estación de Madrid la gente los acosaba pidiéndoles comida. Había carne, pero a precios imposibles. El pan era la comida fundamental, aunque era pan negro hecho de maíz o de cebada, que trigo no había. También se comía arroz y patatas fritas «hechas de pan», y cáscaras de naranja. Sin embargo el vino no escaseaba.
En una ocasión una conocida fue a ver a su novio a Madrid y en su pueblo de Ávila los amigos le dieron una maleta llena de harina, azúcar y otros productos para que pudiese «vivir en Madrid, sin morirse de hambre», pero en la estación estuvieron a punto de requisarle las provisiones y denunciarla por estraperlista; sólo la salvó de aquel trance comprometido la oportuna llegada de su novio que ya entonces era policía nacional.
El estraperlo se practicaba en lugares específicos como la plaza de la Cebada en Madrid adonde acudía la gente del campo y hacía tortillas que vendía a precios altísimos. Se estraperlaba principalmente con aceite y patatas. Y harina de almortas, que era igual que el puré de San Antonio. Las mujeres estraperlistas se instalaban a la entrada del mercado y ocultaban los productos bajo las ropas.
En los trenes se solía registrar las maletas en busca de estraperlo. «En la posguerra los de Abastos quitaban el trigo y ovejas para repartirlo ya que la nación estaba arruinada. Daban pan de centeno racionado...
«La gente de Arenillas (Soria) para conseguir aceite cambiaba a las mujeres que llegaban de Madrid alubias, garbanzos, harina y otros productos, que no se conseguían en la ciudad, por aceite» que los que venían habían conseguido de estraperlo.
De vuelta a Madrid, para eludir los controles en la estación, se bajaban del tren en marcha o se cosían la mercancía alrededor de la cintura debajo de batas anchas. También metían el producto en botijos.
«La gente tenía que esconder los alimentos porque, si no, se los quitaban. Los comerciantes también tenían que esconder sus telas.»
Tampoco había tejidos y los vestidos se hacían de sábanas o cortinas; otros hilaban y tejían la lana de las ovejas.
«Como se pasaba mucha hambre, había usureros que prestaban dinero y les tenían que devolver el doble de lo prestado.
«Las mujeres se dedicaban a lavar y a hilar la lana, a escardar, a limpiar los ... para ganar cuatro perras.
«Era necesario tener una mula porque era el medio de transporte para vender y comprar, ya que antes la gente viajaba mucho de un pueblo a otro.
«En el pueblo, como siempre, había distintas clases sociales:
- «Pastores, muleros, vaqueros, cabreros, que eran los más pobres y servían a los demás.
- «Los pequeños campesinos y comerciantes, que trabajaban en su propio negocio.
- «La gente más rica del pueblo que tenía gente a su servicio.»
Las falsas embarazadas escondían la mercancía que se estraperlaba.
Fuente: La postguerra
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1 comentarios:
Tristísima realidad afortunadamente superada la de una España sumida en la peor crisis de su historia...
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