jueves, 24 de septiembre de 2009
En marzo de 1895, Antonio Cánovas del Castillo volvía a formar gobierno una vez más, en esta ocasión en medio de una grave crisis económica y con su partido, el conservador, en plena fase de descomposición.
Cánovas, que había hecho posible la restauración borbónica y pactado con los liberales de Sagasta el turno pacífico de partidos, trató de dominar la situación con puño de hierro. En el verano de 1896, el lanzamiento de una bomba contra la procesión del Corpus en Barcelona ofreció el pretexto que esperaban los sectores más inmovilistas para desencadenar una represión indiscriminada.
El tipógrafo vengador
Cientos de militantes socialistas, anarquistas y republicanos fueron encarcelados en el castillo de Montjuic, muchos de ellos murieron a consecuencia de las torturas, varios sufrieron penas de deportación y a ocho se les envió al garrote.
Michele Angiolillo Lombardi tenía 26 años y era muy conocido en los círculos libertarios de su país. Huyendo de las autoridades se había refugiado en Londres, donde trabajó como tipógrafo, y luego en París. Fue en esta ciudad donde se entrevistó con el doctor Ramón Betances, independentista puertorriqueño tambien exiliado en Francia, buscando asesoramiento y financiación. Los intereses de los anarquistas y de los partidiarios de la emancipación coincidían: era preciso quebrar violentamente la intransigencia del gobierno español.
La primera intención de Angiolillo consistía en atentar contra la reina regente, María Cristina de Habsburgo, y su hijo, el futuro Alfonso XIII, pero Betances le convenció de que la muerte de los miembros de la realiza no iba a solucionar nada, que el verdadero opresor era Cánovas.
Haciéndose pasar por periodista para no levantar sospechas, Angiolillo entró en España y se dirigió al balneario guipuzcoano de Santa Águeda, donde Cánovas pasaba sus vacaciones veraniegas.
Durante días estuvo cruzándose con él y sus escoltas, a los que saludaba con toda cortesía. Por fin, en la tarde del 8 de agosto disparó tres tiros a bocajarro aprovechando que el presidente se encontraba solo, leyendo tranquilamente el periódico en una de las salas del hotel.
Al oír las detonaciones, la mujer de Cánovas acudió en su socorrro e increpó a Angiolillo, que se limitó a responder: "A usted la respeto porque es una señora honrada. He cumplido con mi deber y estoy tranquilo: mis hermanos de Montjuic han sido vengados". Acto seguido y con su pistola aún cargada, se entregó a las autoridades.
Fuente: Historia y Vida
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