viernes, 11 de septiembre de 2009
La reina castellana, Juana, no estaba loca, pero poseía un trono y una herencia que despertaban la codicia de todos: de su padre, de su marido y de su hijo.
Así que dijeron que estaba loca y los tres tuvieron pista libre para sus ambiciones.
Para locos, los demás, Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, los reyes católicos, pensaron un día que el mejor regalo para sus segunda hija, la infanta Juana, era un matrimonio con un mocetón de sangre azul.
La reina Isabel, que de esto sabía un buen rato, escogió como yerno a Felipe IV del Borgoña, hijo del emperador Maximiliano I y llamado el Hermoso. Por algo sería: era heredero de media Europa.
Juana viajó hasta Lierre, cerca de Amberes, para conocer a Felipe, del que se enamoró en cuanto lo vió. El viríl duque y archiduque ordenó celebrar una boda rápida para poder conocerse a fondo cuanto antes, tan a fondo que la joven comenzó a comportarse de manera extraña mientras su flamante marido, que salía mucho de casa, se dedicaba a amar a sus prójimas como a sí mismo.
En casa de los suegros
Pero, casualidades de la vida, sus hermanos mayores y su sobrino Miguel murieron y Juana fue la heredera legítima de Castilla y Aragón. Durante una temporada, Felipe atendió de nuevo a su esposa, que dio a luz a su segundo hijo, el futuro Carlos V, en 1500. Sin embargo, los católicos suegros no veían con buenos ojos que su hermoso yerno estuviera tan interesado en hacerse con una sucesión que incluía los reinos peninsulares y los americanos.
Juana se convirtió en reina de Castilla en 1504 tras la muerte de Isabel, pero Fernando, interesado en que no le alborotaran el corral, se ofreció como regente a causa de la presunta incapacidad de su hija. La nueva soberana, que sentía una pasión enfermiza por su esposo, fue ninguneada y comenzó a perder la razón. Felipe se hizo con Castilla en 1506, pero la alegría le duró poco porque murió meses después, aunque aún tuvo arrestos para dejar a la reina embarazada por sexta y última vez. Juana hizo embalsamar el cuerpo de su esposo, que quedó más bonito que un san Luis, y lo depositó en la cartuja de Miraflores. Después, decidió sacarlo a pasear y ordenó que fuera trasladado, de pueblo en pueblo, hasta Granada, en un macabro cortejo fúnebre.
El cuerpo del delito
Juana, demasiado loca, pidió a su padre que se hiciera cargo del gobierno, oferta que éste no desoyó, así que ejerció la regencia hasta que murió y se la pasó al futuro Carlos V, que comprendió enseguida las ventajas de que a su madre se le fuera la "olla". Prisionera durante casi cincuenta años en Tordesillas, donde murió enferma y abandonada por todos, nunca dejó de ser la reina de Castilla.
Fuente: Historia y Vida.
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