jueves, 10 de septiembre de 2009
En junio de 46 a.C., Julio César celebró cuatro triunfos sucesivos en Roma como homenaje a sus victorias en la Galias, Egipto, el Ponto y África. Cuatro meses después se trasladó a Hispania para luchar contra los hijos de Ponpeyo, el que había sido primero su aliado y luego su principal enemigo.
Suprimida esta última resistencia, regresó a Roma en octubre de 45 a. C. y fue nombrado dictardor perpetuo. Muchos romanos creían que no tardaría en proclamarse rey. César necesitaba el poder absoluto para transformar en profuncidad las estructuras de gobierno.
La defensa de la república.
Si la realeza le atraía no era sólo por vanidad, sino por cálculo, pues consideraba que sólo muriendo como rey podría evitar la guerra civil y ser sucedido, de forma pacífica, por algún hijo o pariente.
Probablemte se trataba de un plan erróneo, pues la historia demuestra que una corona hereditaria no siempre es garantía de continuidad.
Pero el escollo principal consistía en que los romanos detestaban la monarquía y eran firmes partidiarios del sistema republicano, gracias al cual habían dominado a toda clase de reinos extranjeros.
También se oponían al encumbramiento de César los mienbros del viejo partido senatorial y numerosos patricios celosos de que un simple político como ellos recibiese honores casi divinos.
En efecto, sólo César podía llevar la toga triunfal de color púrpura y la corona de laures, añadir a su nombre el títuo de imperator y elegir nuevos patricios. Además, estaba previsto colocar estatuas suyas en los templos, lo que a muchos pareció un sacrilegio.
Pero César no quería que se le acusara de ambición excesiva, y en la fiesta de las lupercales del año 44 a.C. (15 de febrero) rechazó ceñirse la diadema con cinta de lino, símbolo de la realeza, que le ofrecía Marco Antonio. No obstate, tal negativa pareció a todos un mero aplazamiento.
Los idus de marzo
El descontento desembocó rápidamente en conspiración. Todos los conjurados eran amigos de César y gozaban de su favor. Entre los cabecillas destacaba Marco Junio Bruto, un antiguo partidario de Pompeyo perdonado por César tras la batalla de Farsalia y luego acogido por él como un hijo adoptivo; también Cayo Casio Longino se había beneficiado de su clemencia y era su protegido.; a Décimo Junio Bruto, uno de sus generales, le había nombrado heredero, y Lucio Cornelio Cinna era hermano de la primera mujer de César.
Horas antes de la reunión del Senado convocada para los idus de marzo de 44 a.C. el imperator recibió diversos avisos proféticos sobre lo que le esperaba pero hizo caso omiso. Cuando se dirigía a la cámara alguien le entregó un mensaje donde delataba la confabulación, pero no tuvo tiempo de leerlo.
Según la narración de Suetonio, hasta el instante final fue cuidadoso con la imagen que legaba a la posteridad: "Entonces, al darse cuenta que era el blanco de innumerables puñales que contra él se blandían de todas partes, se cubrió la cabeza con la toga, y con la mano izquierda hizo descender sus plieges hasta la extremidad de las piernas para caer con mayor dignidad".
Fuente: Historia y Vida
¿Et tu, Brute?, esas, fueron sus últimas palabras; ¿Incluso tu, Bruto?
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