jueves, 17 de septiembre de 2009

Nerón no jugaba con fuego

ANerón se le ha representado siempre como un tarado que tocaba la lira mientras Roma ardía por los cuatro costados. Puede que el muchacho no estuviera muy bien de la cabeza, pues por algo era emperador, pero no tanto como para contemplar cómo se le quemaba hasta la parra de su patio. Desde que llegase al trono, había demostrado que no apreciaba de manera especial a la aristocracia y a los senadores, a los que hizo combatir en un anfiteatro de madera que había hecho construir en el Campo de Marte para los espectáculos de gladiadores, lo que resultaba un tanto duro para las clases privilegiadas. Esta particular afición y el interés por acabar con las pretensiones de los cristianos originaron una campaña de rumores con el fin de desprestigiarlo. Nerón, que como cualquier emperador estaba interesado en el arte y sólo deseaba sentirse querido por su pueblo, ordenó repartir alimentos y dinero entre la plebe, organizó juegos y espectáculos públicos y creó instituciones culturales y deportivas. Todo un estadista, aunque es probable que algunos cristianos murieran devorados en algna de estas actividades lúdicas. Todo esto no tiene nada de raro, pero la veneración que los romanos le demostraron contradice la afirmación de que el pueblo lo considerara el culpable del incedió de Roma en el año 64, ocurrido durante la canícula de julio. Zona cero Hay que señalar que, en aquel tiempo, Roma era un conjunto caótico de calles y casas construidas con maderas y materiales de mala calidad, así que los ricos culparon a los pobres del desastre (me imagino que por no vivir de manera mejor...) además los pobres siempre tienen la culpa de todo, incluso de ser pobres. Otros aseguraron que el emperador quemó la ciudad para conseguir terrenos libres y llevar a cabo sus ambiciosos proyectos de remodelación urbanística, vámos como ahora y la dichosa especulación inmobiliaria, pero a lo romano es decir, con antorchas. El fuego destruyó tres de los catorce barrios de la ciudad, además del templo de Júpiter en el Capitolio, varios edificios públicos y lujosas mansiones senatoriales, de modo que afectados, interesados, conspiradores y otros tantos se dedicaron a difamar al emperador, que pasaba los días y las noches en la "zona cero" mientras los demás le señalaban con el ddo. Si hubiese coronado a su caballo como lo había hecho antaño su tio Calígula, ahora sería malo pero no tendría fama de tonto.

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