miércoles, 28 de julio de 2010
Cuenta la tradición que a principios del siglo XIII vivían en Teruel los jóvenes Juan de Marcilla e Isabel de Segura, descendientes de familias muy principales.
La vecindad de ambas casas y el trato constante desde la infancia , se convirtieron con el tiempo en un profundo amor mutuo; entonces Juan solicitó a D. Pedro Segura, padre de Isabel, la mano de su hija. Este, aunque estimaba la nobleza y las dotes del pretendiente, rehusó aceptar excusando su escasez de fortuna por tener hermano mayor que heredaría a su padre, en tanto él podía dotar a su hija con generosidad.
Informado Juan de esta dificultad, resolvió pedir a su amada un plazo de espera para lograr la hacienda necesaria al deseo de su padre; Isabel le concedió cinco años y él partió a la guerra.
Durante su ausencia, don Pedro intentó con ahínco que Isabel aceptara a otros pretendientes; pero ella, fiel a la promesa , no admitío a ninguno. Llegado el fin del plazo y como Marcilla no regresaba, don Pedro apremió a su hija para que se casara y ésta, viendo que el plazo de los cinco años había pasado sin saber nada de su amante, aceptó.
Enseguida su padre concertó la boda con un vecino de Teruel cuyo nombre desconocemos y entonces regresó Juan cargado de honores y riquezas, cuando su Isabel pertenecía a otro dueño ante Dios y los hombres.
El amante, desesperado, se reunió con su amada para despedirse de ella, rogándole que, en prenda de su imposible amor, le diera un beso con lo cual se consideraría satisfecho. Esta, invocando su honestidad negó y entonces, luego de intentarlo de nuevo, Juan cayó muerto a sus pies.
Enterado el marido de cuanto acababa de ocurrir, decidió llevar el cuerpo del amante a la puerta de sus casa, donde al amanecer lo descubrió su padre, don Martín de Marcilla, quien luego del natural sobresalto, tránsido de dolor, dispuso el entierro de su hijo en la iglesia de San Pedro.
Durante la celebración litúrgica, todos los asistentes vieron acercarse al cuerpo inanimado a una dama encubierta que llegando hasta él, descubrió su cara y lo besó, quedando allí reclinada hasta que en el momento de iniciarse el entierro fueron a apartarla y vieron que era Isabel de Segura, quien no obedecía a los ruegos para que se retirase porque estaba muerta.
Ante el asombro de los presentes, y después de que el novel marido relatara lo ocurrido, se decidió enterrar juntos a los dos amantes que tan desdichados habían sido en vida.
Sucedió este infausto acontecimiento en 1217, siendo juez en Teruel don Domingo Celadas.
La vecindad de ambas casas y el trato constante desde la infancia , se convirtieron con el tiempo en un profundo amor mutuo; entonces Juan solicitó a D. Pedro Segura, padre de Isabel, la mano de su hija. Este, aunque estimaba la nobleza y las dotes del pretendiente, rehusó aceptar excusando su escasez de fortuna por tener hermano mayor que heredaría a su padre, en tanto él podía dotar a su hija con generosidad.
Informado Juan de esta dificultad, resolvió pedir a su amada un plazo de espera para lograr la hacienda necesaria al deseo de su padre; Isabel le concedió cinco años y él partió a la guerra.
Durante su ausencia, don Pedro intentó con ahínco que Isabel aceptara a otros pretendientes; pero ella, fiel a la promesa , no admitío a ninguno. Llegado el fin del plazo y como Marcilla no regresaba, don Pedro apremió a su hija para que se casara y ésta, viendo que el plazo de los cinco años había pasado sin saber nada de su amante, aceptó.
Enseguida su padre concertó la boda con un vecino de Teruel cuyo nombre desconocemos y entonces regresó Juan cargado de honores y riquezas, cuando su Isabel pertenecía a otro dueño ante Dios y los hombres.
El amante, desesperado, se reunió con su amada para despedirse de ella, rogándole que, en prenda de su imposible amor, le diera un beso con lo cual se consideraría satisfecho. Esta, invocando su honestidad negó y entonces, luego de intentarlo de nuevo, Juan cayó muerto a sus pies.
Enterado el marido de cuanto acababa de ocurrir, decidió llevar el cuerpo del amante a la puerta de sus casa, donde al amanecer lo descubrió su padre, don Martín de Marcilla, quien luego del natural sobresalto, tránsido de dolor, dispuso el entierro de su hijo en la iglesia de San Pedro.
Durante la celebración litúrgica, todos los asistentes vieron acercarse al cuerpo inanimado a una dama encubierta que llegando hasta él, descubrió su cara y lo besó, quedando allí reclinada hasta que en el momento de iniciarse el entierro fueron a apartarla y vieron que era Isabel de Segura, quien no obedecía a los ruegos para que se retirase porque estaba muerta.
Ante el asombro de los presentes, y después de que el novel marido relatara lo ocurrido, se decidió enterrar juntos a los dos amantes que tan desdichados habían sido en vida.
Sucedió este infausto acontecimiento en 1217, siendo juez en Teruel don Domingo Celadas.
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2 comentarios:
Me encanta la historia de amor...
Si, es un poquito tristona, pero me imagino que es, ese punto, lo que le da el toque mágico.
Gracias y saludos
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